En una de las últimas reuniones del Consorcio de Inteligencia Emocional se planteó a los asistentes que indicáramos cuales considerábamos las tres principales competencias socio-emocionales. La “votación” dio como resultado una vencedora clara: la escucha activa. Me da pié para continuar comentando el libro de Rafael Echeverría “Actos del lenguaje volumen 1: La escucha”. En el post anterior hoce un resumen de la primera parte de este libro, dedicada a los antecedentes de la propuesta “Ontología del lenguaje”. En esta ocasión voy a centrarme en la segunda parte, dedicada de manera específica a la escucha.
Echeverria nos plantea que no hay mejor indicador para valorar la calidad de una relación que la manera en que se evalúa la escucha que en ella se produce. Nos dice, así mismo, que “la interpretación es el corazón de la escucha”. Sin ella no hay escucha sólo oímos. Escuchar implica procesar lo que el otro nos transmite con su lenguaje, con su corporalidad, con su emocionalidad. Y ese procesamiento siempre está tamizado por nuestra particular forma de ver el mundo, por nuestro interpretar particular. En consecuencia, la escucha es percibir más interpretar.
Otras ideas que Rafael desarrolla las voy a resumir a modo de aforismos:
Los prejuicios nos proporcionan a la vez las condiciones que hacen posible el conocimiento y que habilitan la escucha. Todo esfuerzo por conferir sentido nace de nuestros prejuicios. Son ellos los que nos permiten interpretar lo que se nos dice. (…) Sin embargo, así como no nos es posible desprendernos de ellos (los prejuicios), es importante aprender a soltarlos y conferirle de este modo fluidez y capacidad de auto transformación a nuestra capacidad de escucha.
Pero también escuchamos desde el “futuro”. Escuchamos desde nuestras expectativas, desde lo que consideramos “debe” pasar, hasta lo que creemos que eventualmente “podría” pasar.
Toda escucha está condenada, en el mejor de los casos, a ser siempre una aproximación al otro. (…) El sentido que tanto el orador como el oyente le confieren a lo hablado remite, inevitablemente, a ellos mismos, a dos personas diferentes.
Una herramienta esencial de la escucha consiste en aprender a respetar las diferencias que inevitablemente surgirán en toda relación. Una buena relación es aquella que logra manejar las diferencias desde el respeto.
La escucha no es algo que “hagamos”, la escucha nos sucede sin que podamos dirigirla en un sentido u otro. La gente dice lo que dice y nosotros escuchamos lo que escuchamos con total inocencia. Nuestra escucha es espontánea, no está guiada por nuestras “intenciones”. Simplemente nos pasa que escuchamos lo que escuchamos.
Creemos ser expertos en ver los problemas de los demás, pero nos cuesta reconocer cómo participamos en producirlos.
El habla sólo logra ser efectiva cuando produce en el otro la escucha que el orador espera. Hablamos para ser escuchados.
Quién habla sólo en función de lo que le interesa a sí mismo difícilmente logrará ser escuchado. Para que aquello que personalmente nos interesa sea escuchado por el otro es indispensable que yo sea capaz de mostrarle al otro que lo que estoy diciendo es también de su propio interés y responde a sus propias inquietudes.
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