domingo, 18 de octubre de 2009

Redes, estrés y Sevilla

Estoy en Sevilla. He venido a pasar un par de días para desarrollar un proyecto de apoyo en la transformación que están tratando de realizar los Servicios Sociales de una de las zonas más problemáticas de la ciudad, el Polígono Sur. El vuelo directo que mejor me iba me ha hecho pasar la tarde en esta ciudad andaluza. No es como para quejarse. El tiempo primaveral y la belleza de la capital hispalense han hecho más llevadero el repaso de la numerosa documentación que he traído conmigo.

En un momento de descanso en la habitación del hotel he podido ver en directo el programa REDES que dirige Eduardo Punset. El tema era el estrés y ha estado francamente interesante. Entrevistaba a dos personas pero la principal de ellas era Sonia Lupien, neurocientífica de la Universidad McGill en Montreal. Estas son algunas de las ideas que me han parecido más sugerentes:

- Si te liberas completamente del estrés estás muerto. Es necesario vivir con un cierto nivel de estrés que genere la hormona Cortisol, encargada de incrementar nuestra energía vital. Es la misma hormmona que generaban nuestros antepasados cuando les aparecía un Mamut. Ahora aumenta cuando nos llama el jefe a su despacho, por poner un ejemplo.
- La felicidad no implica la ausencia de estrés sino saber pararlo cuando empieza a "dispararse".
- El estres está generado por cuatro factores. Cuanto más de ellos estén presentes con mayor intensidad podremos sentirlo. Estos factores son:
  1. lo novedoso de la situación,

  2. la impredictibilidad en la que se mueva,

  3. la sensación de falta de control y

  4. la percepción de una amenaza para nuestra personalidad.

- En consecuencia, la idea de que el estrés se genera por la presión derivada de la falta de tiempo es una descripción equivocada. Es más adecuado pensar que lo que ocurre es que una situación de acumulación de actividades nos hace sentir que no tenemos el control sobre las cosas y nos lleva a pensar que vamos a dar una respuesta inadecuada a nuestros compromisos con el consiguiente daño a nuestro prestigio profesional, por ejemplo. Si además esa es una situación nueva para nosotros o nos sitúa en un escenario impredecible ("cómo saldré de ésta"), los componentes del estrés están servidos.

- El mejor método para combatir el estrés se basa en conocerlo bien. Así, el que hay que evitar es el estrés crónico, el estrés agudo tiene aspectos positivos.

- La mayor protección ante el estrés es el apoyo social, el tener personas con quien compartir lo que nos ocurre. Sin embargo, en diversos estudios se ha comprobado que hombres y mujeres se benefician de distintas personas a la hora de lograr ese objetivo. Así los hombres reducen su estrés en sus relaciones con su compañera. Las mujeres, en cambio, lo aumentan con sus parejas y lo disminuyen con otras amigas, lo que no les ocurre a los hombres cuando se relacionan con amigos.

- La multitarea en si misma no genera estrés. Al cerebro le encanta la multitarea, el problema es cuando una de las tareas es la de gestionar la preocupación generada por el estrés ante una determinada situación. Entonces tiende a colapsarse.

- Es`posible habituarse a un factor estresante, pero entonces aumenta tu sensibilidad ante otros elementos externos, de ahí que se incrementen en ese contexto los arranques desproporcionados de ira ante estímulos de pequeño calibre, por ejemplo.

Para terminar una frase de Punset:
"El cerebro no está para buscar la verdad sino para ayudarnos a sobrevivir".

viernes, 16 de octubre de 2009

El manejo de la agresividad y la paleta emocional



Hay personas que saltan a la más mínima. Incluso gritan y manifiestan su enfado de manera muy evidente. Sin embargo, pocos minutos después, desinflan como un globo esa agresividad y su cabreo pasa a formar parte del pasado sin mayores consecuencias. Otras personas, van acumulando pequeños enfados, “micro-cabreos”, que no llegan a exteriorizar. De hecho, quienes les rodean llegan a pensar que son personas a las que no les afecta casi nada. Sin embargo, un día, cuando nadie se lo espera, estallan. Estas personas tienen un enfado de un recorrido mucho más largo, se va acumulando haciendo que la olla aumente su presión hasta que un día explota. Frecuentemente, el enfado no se va con la rapidez de la presión en una olla y dura un tiempo que sigue suponiendo sufrimiento para el propio enfadado.

Probablemente cada uno de nosotros se encuentra en algún punto entre estos dos estereotipos. No hay uno bueno y otro malo, o uno mejor y otro peor. Son dos formas de enfrentarse a situaciones difíciles que cada uno hemos construido a lo largo de nuestra vida. Formas que tienen cada una su lado positivo y su lado negativo, su parte que nos ayuda y su parte que nos hace sufrir. Identificar la mía; detectar la forma concreta en que ese mecanismo de respuesta funciona; reflexionar sobre qué es lo que me hace sufrir de esa mí particular forma de gestionar la agresividad es un magnífico ejercicio para abrirnos nuevas posibilidades.

Frecuentemente podemos comprobar que nuestra paleta de colores para la gestión de las emociones y, en concreto, de la agresividad, resulta enormemente reducida. Muchas personas piensan que si se enfadan van a explotar de una manera enormemente destructiva. Luego resulta que esa imagen temida no ha llegado a ocurrir nunca a lo largo de su vida, pero siguen convencidos de que si expresan agresividad lo que ocurriría sería algo terrible. O blanco o negro ¿no hay más colores para utilizar? ¿no es posible responder a los micro-enfados con micro-respuestas en lugar de dejar que crezcan dentro de mi sin que nadie en el exterior tome conciencia de cómo me he sentido afectado? ¿cómo me beneficia guardarme la sensación de enfado, de malestar en lugar de compartirla?.

domingo, 4 de octubre de 2009



La idea de que cada uno enseña lo que tiene que aprender me pareció muy sugerente cuando la escuché por primera vez. Quizás le añadiría un matiz, puedes enseñar cosas que ya no tienes que aprender pero seguro que no lo haces con la pasión y la intensidad que pones cuando el asunto te toca de manera más cercana. Una de las personas que tuvo un papel destacado en mi formación como coach decía que la mejor sesión de coaching es la que se hace desde "las tripas", desde las propias situaciones que el coach siente removidas cuando el coachee le plantea sus dificultades, los nudos que quisiera deshacer.


Todo esto viene a cuanto de que en el anterior post hablaba del desafío de poner límites a los compromisos profesionales que asumo y unos días después mantenía una reunión en un ayuntamiento del País Vasco en el que surgía la dificultad por parte del equipo de Servicios Sociales de poner límites a las peticiones que le hacían de uno y otro lado de la propia institución.


Detrás de ambas situaciones se encuentra la habilidad para decir NO, o la falta de ella para ser más preciso. Los procesos educativos que la mayoría hemos vivido tanto dentro como fuera de la familia se centran en la búsqueda de la aceptación por parte de las figuras de referencia (primero y principales nuestros padres). Para ello generamos una importante destreza en adaptar nuestros deseos a lo que se espera de nosotros. Aprendemos a decir que sí, incluso cuando nos gustaría decir lo contrario, por el miedo a perder el amor de quienes son importantes para nosotros. Esa pauta se incrusta en la infancia más temprana en muchos de nosotros de tal forma que, a pesar del discurrir de los años, a pesar de la acumulación de experiencias vitales, sigue quedando dentro un poso más o menos activo que se retroalimenta con pensamientos que de una u otra forma plantean que "si digo que no pasará algo que no deseo".


¿Y si digo NO? ¿qué pasaría? Uno tiende a imaginarse situaciones más o menos catastróficas que la realidad muestra en la práctica totalidad de los casos como absolutamente alejadas de la realidad. Sin embargo, esos pensamientos nos paralizan. Revisar los miedos que el NO te sugiere, hacerlos conscientes, es el primer paso para deshacerte de ellos o, al menos, aprender a convivir con ellos de una forma que no te limiten, que no generen sufrimiento.