lunes, 16 de mayo de 2011

Más allá del bien y del mal

La experiencia, la madurez, nos lleva a comprobar que la gama de colores es mucho más amplia de lo que pensábamos. Ni los malos son tan malos, ni los buenos tan buenos. Los protagonistas de las novelas de Patricia Higstmith (especialmente Tom Ripley) son un magnifico exponente de esta ambigüedad moral. Pero este cuestionamiento de las polaridades, de las realidades contrapuestas, se extiende a muchos otros conceptos.
 
Así, nos encontramos con el Elogio de la lentitud”, donde Carl Honoré nos hacía ver las virtudes de un ritmo más lento frente a la velocidad, la rapidez que nuestra sociedad parece exigir. Luego llegó el “Elogio del desorden”, de  Eric Abrhamson y David H. Freedman, poniendo sobre la mesa los efectos perversos del orden. Me suele gustar empezar los talleres de formación sobre las “5S” (un enfoque de mejora del entorno de trabajo en el que el orden es clave) mencionando este libro. No quisiera contribuir al surgimiento de ningún tipo de “fundamentalismo”, ni aunque sea el del orden.

Hay muchos ejemplos más, probablemente tantos como polaridades se nos puedan ocurrir. "El poder de lo simple", de Jack Trout, rescata la potencia explicativa y la capacidad de orientar la acción que tienen los planteamientos simples, frente a las complejidades innecesarias. Eso sí, no confundir simple con sencillo. También podemos encontrar un "Elogio del pesimismo", de Lucien Jerphagnon, que viene a contrastar la sobredosis de psicología positiva que nos invade.

Aunque no conozco un libro al respecto, podríamos hablar también de un "Elogio del fracaso", subrayando como es muy dificil imaginar la innovación, la mejora, el cambio, sin fracasos de los que aprender. O de un "Elogio de la incertidumbre" que subrayaría el abanico de oportunidades que nos abre el vivir alejados de las certezas.

Todo esto viene a cuento del artículo que publicaba, hace ya unos días, Patxo Unzueta en El País. Se titulaba "Elogio de la inconsecuencia". Citaba en él un breve ensayo de Hans Magnus Enzensberger titulado "El fin de las consecuencias", cuya tesis central es que "gracias a que algunas personas no fueron consecuentes hasta el final con sus ideas el mundo se había librado de unas cuantas catástrofes". Me llamó la atención esta relativización de un elemento que yo asocio con la integridad personal, con la coherencia con los valores que a uno le inspiran. Me hizo reflexionar sobre el equilibrio, no siempre fácil, entre ser coherente y ser intransigente. Entre mantener la coherencia con unos valores y ser capaz de aplicarlos con la flexibilidad suficiente.

Hace ya unos años, leí las declaraciones de un político (que no menciono para evitar una lectura en clave de campaña electoral) en las que afirmaba con rotundidad que él siempre había pensado lo mismo y que lo seguiría pensando siempre. Tanta coherencia me asustó ¿acaso el mundo no había cambiado, no seguía cambiando? Comprendo que puede haber unos valores básicos que permanezcan constantes en el tiempo, pero esos valores al ser leidos en circunstancias y contextos diferentes, necesariamente han de adquirir formas y matices diferentes. Es en esos momentos cuando la "inconsecuencia" puede llegar a ser elogiable.

2 comentarios:

Juan Carlos Santos Cougil dijo...

Hola Enrique, muy buena reflexión la cual hace ver que las oportunidades la mayoria de las veces se presentan como problemas y que desde mi punto de vista todo o nada debe verse como binario (0 ó 1) que como bien decimos los gallegos Depende y que como lo ven los orientales todo tiene dos caras, un yin y un yang http://es.wikipedia.org/wiki/Yin_y_yang y que como lideres debemos tener claro cuando acelerar y cuando desacelerar, cuando ser ordenado y cuando organizado, cuando ser optimista y realista... en definitiva todo en exceso es malo y perjudicial y si somos matillo todos los problemas los veremos clavos en fin, esto es lo interesante del juego, un saludo

Unknown dijo...

Gracias por tu aportación. Desde estas reflexiones me parece clave preguntarse siempre ¿qué me enseña lo contrario de lo que considero como "bueno"? ¿qué aporta lo que defino como "peor"?