En la campaña electoral de 1992 para la presidencia de los Estados Unidos se popularizó la frase “es la economía, estúpido”. Con ella Bill Clinton logró variar el foco de atención de la campaña, centrada en la política exterior por su contrincante Bush (padre), influyendo decisivamente en su victoria ante el republicano. Aunque se ha utilizado la misma estructura gramatical para muchos otros conceptos, ha seguido muy presente la idea de que la situación económica influye de manera muy significativa en el resultado de unas elecciones.
No voy a cuestionar que la economía tenga influencia, pero dudo que sea tanta como se le atribuye. Antonio Kindelán publicó hace ya unos meses, en El País, un interesante artículo al respecto.
Traigo todo esto a colación en relación con el movimiento “Democracia Real Ya” que se ha ido extendiendo por gran número de ciudades. Esta muestra de “indignación”, esta reacción ciudadana, no se ha producido en torno a reivindicaciones económicas. Sí se denuncia la falta de trabajo, de vivienda, de salarios dignos, pero se hace como cuestionamiento de un “sistema” al que se critica.
El eje central de la plataforma de este movimiento se resumen en su propio enunciado: “democracia real”. Es un movimiento de indignación ante la falta de profundidad en la democracia existente, ante la forma de hacer política mayoritaria en nuestros partidos políticos. Es un movimiento que se alza como expresión política de quienes no la encuentran en los partidos políticos. Es un movimiento que despierta muchas simpatías en quienes, apoyando a un partido u otro, lo hacen con la convicción del mal menor. Es un movimiento que inyecta valores a nuestra sociedad; que la zarandea confrontándola con su creciente resignación.
¿Cómo acabará? ¿Qué llegará a conseguir? Son preguntas hechas desde la lógica del pragmatismo, desde una visión de causa y efecto inmediato. Pero nuestras sociedades son fenómenos bastante más complejos. Sólo podemos asumir la responsabilidad de lo que hacemos o dejamos de hacer, prever el futuro que esa acción o esa inacción pueden generar contiene la prepotencia de pensar que el mundo sólo depende de lo que nosotros hagamos. La motivación para iniciar una acción o dejar de hacerla no puede estar en la certeza de sus consecuencias futuras sino en la coherencia con nuestros valores y el respeto a los demás.
Pero, a la vez que nuestros actos o la falta de ellos no provocan linealmente unos resultados, cualquier gesto por pequeño que sea puede generar consecuencias insospechadas ¿Podría imaginar el joven que se inmoló en Argel las consecuencias que ese gesto simbólico, más de desesperación que de indignación, generaría?.
Nuestras sociedades occidentales llevan tiempo dando muestras de serias heridas democráticas que o somos capaces de convertir en germen de transformación o pueden llegar a hacer que se desangren. Antonio Gutierrez-Rubí lo resumía en una magnífica frase: “El reto es otra política. El riesgo, la antipolítica o la despolitización”.
La prensa nos trae otra muestra de cómo la ciudadanía responde cuando surge una voz diferente. No sólo que dice cosas diferentes, sino que la ve actuar de forma diferente, la siente de manera diferente. Giuliano Pisapia, sorprendente ganador de la primera vuelta de las elecciones a la alcaldía de Milán, confiesa: “Me hice candidato por desesperación. La ciudad estaba muerta y pensé que hacía falta despertar el compromiso dormido de los ciudadanos”. Empezó con un 4% en la primarias del centro izquierdo y ha acabado venciendo en el bastión de Berlusconi. ¿Su secreto? “Sólo la buena política puede derrotar a un poder económico tan grande como el de Berlusconi”. De nuevo, “es la política, imbécil”.
No puedo terminar sin mencionar otra noticia que está pasando relativamente desapercibida: la propuesta de Obama de un plan de paz para el conflicto palestino – israelí que parta de las fronteras de 1967. Cuando su elección el mundo celebró la posibilidad de un nuevo liderazgo. Su victoria mostró también la fuerza de una manera distinta de hacer política, venciendo a la candidata “oficial” del partido Demócrata. Pronto vino el desencanto, ese desencanto que puede llevar a algunos a pensar que el movimiento Democracia Real Ya acabará en nada o en más de lo mismo. Que no merece la pena entusiasmarse por que luego nunca es lo que uno cree.
Nuestras sociedades occidentales llevan tiempo dando muestras de serias heridas democráticas que o somos capaces de convertir en germen de transformación o pueden llegar a hacer que se desangren. Antonio Gutierrez-Rubí lo resumía en una magnífica frase: “El reto es otra política. El riesgo, la antipolítica o la despolitización”.
La prensa nos trae otra muestra de cómo la ciudadanía responde cuando surge una voz diferente. No sólo que dice cosas diferentes, sino que la ve actuar de forma diferente, la siente de manera diferente. Giuliano Pisapia, sorprendente ganador de la primera vuelta de las elecciones a la alcaldía de Milán, confiesa: “Me hice candidato por desesperación. La ciudad estaba muerta y pensé que hacía falta despertar el compromiso dormido de los ciudadanos”. Empezó con un 4% en la primarias del centro izquierdo y ha acabado venciendo en el bastión de Berlusconi. ¿Su secreto? “Sólo la buena política puede derrotar a un poder económico tan grande como el de Berlusconi”. De nuevo, “es la política, imbécil”.
No puedo terminar sin mencionar otra noticia que está pasando relativamente desapercibida: la propuesta de Obama de un plan de paz para el conflicto palestino – israelí que parta de las fronteras de 1967. Cuando su elección el mundo celebró la posibilidad de un nuevo liderazgo. Su victoria mostró también la fuerza de una manera distinta de hacer política, venciendo a la candidata “oficial” del partido Demócrata. Pronto vino el desencanto, ese desencanto que puede llevar a algunos a pensar que el movimiento Democracia Real Ya acabará en nada o en más de lo mismo. Que no merece la pena entusiasmarse por que luego nunca es lo que uno cree.
Sin embargo, esta propuesta de Obama, rechazada frontalmente por el gobierno israelí, nos recuerda que no todo es igual, que no hay cambio pequeño. Que, aunque pueda parecer que es más de lo mismo, hay “mismos” que llevan a lugares muy diferentes.
Es buen momento para que cada representante político se pregunte por los valores que le llevaron al compromiso, por las personas para quienes dedica su tiempo. Que reflexione sobre el lugar a que nos ha llevado, a donde le ha llevado, el extremismo pragmático, el callar sus opiniones y sus sensaciones más sinceras en "beneficio" del partido. Que se pregunte ¿para qué? ¿qué aporto a esta sociedad, a este país, a esta ciudad, a estas personas con las que convivo?
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