Ayer se clausuraron los Juegos Olímpicos. Hace mucho que los denominados valores del olimpismo han dejado sitio a los intereses comerciales. Antes aún, las Olimpiadas se convirtieron en un campo de batalla político, dónde demostrar la hegemonía de un bloque sobre otro, ahora de un país sobre otros. De todas formas, entre todo ello suelen aparecer, cómo relámpagos, algunos gestos, algunas imágenes que nos recuerdan esos valores. Pero mi mirada se centra hoy en un gesto que muestra todo lo contrario a esos valores.
En esta Olimpiada, para mi, uno de los gestos más tristes lo ha protagonizado un deportista paradigma del impacto mediático: Usain Bolt. Es espectacular verle correr. Pero lo suyo empieza antes y continua mucho después de la carrera. Es incapaz de ver una cámara cerca y no realizar algún gesto. Hasta ahí, lo puedo soportar, pero cuando le veo entrar vencedor de una carrera de relevos (4x100 metros lisos) en la que el equipo jamaicano, su país, lograr además batir el récord del mundo, y lo celebra como si fuera una carrera en la que ha participado el sólo, me parece penoso. Ni un gesto hacia sus compañeros, ni una muestra de reconocimiento a que esa victoria no la hubiera logrado sin que sus otros tres compatriotas hicieran también una magnífica carrera. "Yo soy la leyenda", ha dicho en otro momento de esta Olimpiada que le retrata. La pena es que esta leyenda muestra unos valores que nos llevan a un mundo inhóspito, de competitividad descarnada.
Lo que me hace reflexionar aún más es que parece que poca gente ha visto lo que yo he visto. Ni un comentario en los medios de comunicación, que viven felices del espectáculo que dentro y fuera de la pista les ofrece Bolt ¿Es este el tipo de campeón olímpico que quiere nuestra sociedad? Luego nos va como nos va.
No hay comentarios:
Publicar un comentario