Conocí a Luisa hace ya unos cuantos años. Ambos estudiábamos sociología en la Universidad de Deusto. Ella, además, trabajaba en Televisión Española dando muestras de la capacidad de trabajo y la constancia en la consecución de sus objetivos que siempre la han caracterizado. Al finalizar los estudios dejamos de vernos durante bastantes años. Otra compañera de estudios y amiga de ambos, Karmele, que marchó a París era la que nos reunía de vez en cuando en sus viajes a Bilbao. Parecía que sin su convocatoria no había impulso suficiente para encontramos, Luisa, Germán, Garbiñe, José Luis, Gonzalo, Karmele.
No sé si será un fenómeno generalizado relacionado con el paso de los años, el caso que hubo un determinado momento en que sentí la necesidad de recuperar aquel grupo de amigos. Nos independizamos de las convocatorias de Karmele y surgieron nuevos momentos para encontrarnos entre los que tiene un lugar destacado el pasar un fin de semana en el magnífico chalet de Boadilla (Madrid) en el que vive Luisa. Son días de reencuentro, de puesta en común, de risas y de descanso. Y aquí estoy, en pleno “retiro”, leyendo la prensa y disfrutando del singular placer de, simplemente, estar.
Maruja Torres escribe en su página de El País Semanal sobre el tiempo. A partir de un programa de Redes, la serie que dirige Eduardo Punset, comenta de qué maneras tan diferentes percibimos el tiempo. Hay momentos en que parece fluir a la velocidad de la luz, otros es como si transcurriera a cámara lenta. Al final, una vez más, lo importante no es el paso mecánico de eso que hemos dado en llamar tiempo y que medimos en segundos, minutos, horas,…., sino la forma en que nos conectamos con lo que nos rodea, con nosotros mismo. Cuando vivimos con intensidad el presente, cuando somos capaces de poner nuestras emociones en lo que está ocurriendo, cuando nos hacemos conscientes de lo que hacemos hasta llegar casi a fusionarnos con ello, el tiempo desaparece. No creo que haya alguien que no haya experimentado esa sensación contemplando un paisaje que le conmueve, leyendo un libro que le arrebata, charlando con un amigo,….
Sin embargo, parece que la forma de vida en la que estamos inmersos nos impulsa a desconectarnos de la propia vida, de lo que hacemos. Pensando en lo que hemos hecho, en lo que tenemos que hacer, en lo que deberíamos hacer, en el poco tiempo que tenemos para hacerlo, dejamos que la vida se nos escurra entre los dedos. “La vida es eso que ocurre mientras estamos ocupados”, leía hace tiempo. Y nos atrapa la sensación de vacío, de rutina, de falta de emoción. Seguramente no es posible estar permanentemente en ese estado de fusión con la vida, pero aumentar la capacidad de conexión con la emoción de vivir es otro desafío que no quiero dejar para mañana.
No sé si será un fenómeno generalizado relacionado con el paso de los años, el caso que hubo un determinado momento en que sentí la necesidad de recuperar aquel grupo de amigos. Nos independizamos de las convocatorias de Karmele y surgieron nuevos momentos para encontrarnos entre los que tiene un lugar destacado el pasar un fin de semana en el magnífico chalet de Boadilla (Madrid) en el que vive Luisa. Son días de reencuentro, de puesta en común, de risas y de descanso. Y aquí estoy, en pleno “retiro”, leyendo la prensa y disfrutando del singular placer de, simplemente, estar.
Maruja Torres escribe en su página de El País Semanal sobre el tiempo. A partir de un programa de Redes, la serie que dirige Eduardo Punset, comenta de qué maneras tan diferentes percibimos el tiempo. Hay momentos en que parece fluir a la velocidad de la luz, otros es como si transcurriera a cámara lenta. Al final, una vez más, lo importante no es el paso mecánico de eso que hemos dado en llamar tiempo y que medimos en segundos, minutos, horas,…., sino la forma en que nos conectamos con lo que nos rodea, con nosotros mismo. Cuando vivimos con intensidad el presente, cuando somos capaces de poner nuestras emociones en lo que está ocurriendo, cuando nos hacemos conscientes de lo que hacemos hasta llegar casi a fusionarnos con ello, el tiempo desaparece. No creo que haya alguien que no haya experimentado esa sensación contemplando un paisaje que le conmueve, leyendo un libro que le arrebata, charlando con un amigo,….
Sin embargo, parece que la forma de vida en la que estamos inmersos nos impulsa a desconectarnos de la propia vida, de lo que hacemos. Pensando en lo que hemos hecho, en lo que tenemos que hacer, en lo que deberíamos hacer, en el poco tiempo que tenemos para hacerlo, dejamos que la vida se nos escurra entre los dedos. “La vida es eso que ocurre mientras estamos ocupados”, leía hace tiempo. Y nos atrapa la sensación de vacío, de rutina, de falta de emoción. Seguramente no es posible estar permanentemente en ese estado de fusión con la vida, pero aumentar la capacidad de conexión con la emoción de vivir es otro desafío que no quiero dejar para mañana.
2 comentarios:
Ayer cuando me dijiste que ibas a publicar algo en el blog ni se me pasó por la cabeza preguntarte por el tema ... y esta mañana veo con agradable sorpresa como hablas de nuestra querida amiga Luisa y las reuniones de Boadilla.
Al leerte me acordaba de una conversación de ayer sobre la amistad basada en conversaciones positivas. Y también en algo que leí sobre la importancia de cocinar.
Vamos, que con buena compañia y un poco de arroz casi somos capaces de parar el tiempo.
parece que se está encontrando a si mismo. -¿no, durga?
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