"El aprendizaje es el único recurso infinitamente renovable" Peter Senge. Reflexiones sobre los procesos de cambio profundo y sostenible que transforman las organizaciones y a quienes las componen.
domingo, 27 de septiembre de 2015
¿Cómo le llamamos? ¿Plan de legislatura, de mandato, de gobierno,...?
domingo, 26 de abril de 2015
En busca del indicador perdido. Diez ideas para una gestión pública orientada a resultados
4. Indicadores de gestión e indicadores para la memoria o la investigación. Es conveniente diferenciar indicadores de gestión, esto es, aquellos que vamos a seguir y analizar en los órganos de gestión de la organización, y aquellos otros que han de recogerse para poder nutrir la Memoria anual o posibles investigaciones futuras. Ese documento que llamamos Memoria tiene como función precisamente eso, que nos podamos acordar de lo que hicimos, de lo que pasó. Es un documento necesariamente exhaustivo, mientras que los indicadores que necesitamos para la gestión son solamente aquellos que nos pueden aportar información significativa para valorar la evolución de la organización y tomar decisiones.
5. Si no lo usas déjalo. Una forma de saber si un indicador es un indicador de gestión es pensar que ocurriría o que ha ocurrido cuando ese indicador nos ha presentado resultados inesperados o fuera de los parámetros deseados. Solo si esa variación lleva necesariamente a tomar alguna decisión podemos considerar que es un indicador de gestión significativo. Si nuestra reacción es "qué interesante", "fíjate que curioso", o algo equivalente, ese indicador no nos aporta demasiado valor en nuestro proceso de toma de decisiones para el logro de los resultados planteados.
6. Cuantos menos mejor. En mi experiencia, la inmensa mayoría de las organizaciones pasan por una seria enfermedad de "indicadoritis". Decenas y decenas de indicadores que, como al estudiante con el que he comenzado este post, les falta saber la pregunta a la que tratan de dar respuesta. Por otra parte, en la medida en que los indicadores los tenemos para contribuir a la gestión de la organización, decenas de indicadores son ingestionables. Tenemos que desbrozar ese bosque para identificar aquellos realmente significativos. Claro que, en muchas ocasiones, esa enfermedad es una fase necesaria que hay que atravesar para poder seleccionar aquellos indicadores que realmente nos aportan valor.
7. El collar no puede costar más que el perro. Aunque la obtención informática de muchos indicadores puede darnos la impresión de que un indicador no cuesta, la realidad es que siempre hay personas detrás que han tenido que recoger información, cumplimentar algún documento ya sea digital o en papel. El propio proceso de análisis ya supone también un coste. En consecuencia, es necesario revisar nuestros indicadores para garantizar que el esfuerzo de todo tipo que conlleva obtenerlo compensa con la información que nos aporta.
8. Si introduzco basura en un programa estadístico, saldrá basura estadística. La presentación de resultados de cualquier programa informático que procese información siempre resulta espectacular y genera una asociación con la existencia de un resultado científico. Sin embargo, si la información introducida es de mala calidad, porque no es precisa, no hay criterios homogéneos al recogerla o cumplimentarla, falta una parte significativa, etc., lo que salga tendrá muchos decimales, desviaciones típicas o análisis factoriales, pero no dejará de ser información basura.
9. Y una forma de garantizar la máxima calidad de la información es contar con las personas que participan en su recogida, para escucharles y devolverles la información producto de su trabajo.
10. Lo importante no son los datos que el indicador nos muestra, sino qué hacemos con ellos. Otra forma especialmente significativa para determinar si un indicador es o no de gestión, consiste en analizar en qué foro de gestión se debate, con qué frecuencia y qué decisiones ha generado su valoración. La gestión orientada a resultados no viene determinada por que estén definidos los objetivos, los resultado esperados, ni porque haya indicadores para valorar el grado de avance. Lo que la define es el debate sistemático y continuado en los órganos de dirección de la organización a partir de la información que los indicadores de gestión ofrecen y la consecuente toma de decisiones en función de la valoración realizada.
domingo, 22 de marzo de 2015
¿Para qué planificar en un mundo que cambia con tanta rapidez?
En primer lugar, la falta de planificación no es inocente:
1. Si no planificas tú, otros lo harán por ti. Cuando no estableces un rumbo una ruta te vas a ver zarandeado por los vientos que soplan desde todos lados. Las urgencias del día a día, la presión de quiénes sí tiene claro a dónde quiere ir y tratan de arrastrarte hacia la senda que mejor contribuye a sus objetivos. Planificar no lo hace fácil pero nos permite tener más claro nuestro camino y valorar en qué medida lo que nos proponen, lo que surge, va en esa misma dirección o no.
2. Si no planificas ¿con qué criterio priorizas? Gestionar, incluso yo diría que vivir, es elegir. No podemos hacerlo todo, aunque nos gustara. No hay tiempo, no hay recursos. ¿Y con que criterio decidir si no tenemos un rumbo? ¿Lo más barato, lo más nuevo, lo más entretenido, lo más fácil,...? Al planificar nos damos a nosotros mismo una referencia para tomar decisiones: ¿qué es lo que mejor contribuye al logro de mis objetivos?. "La empresa sin estrategia está dispuesta a cualquier cosa" (Michael Porter)
3. Si no planificas ¿cómo puedes compartir con otros, cómo puedes implicar a otros? Hoy pocas pocas se pueden lograr en solitario, estamos interconectados y necesitamos de los otros. Si formamos parte de una organización, si tenemos un equipo esto es aún más incuestionable. Y si no planificamos ¿cómo vamos a poder generar objetivos compartidos? ¿cómo vamos a compartir con otros hacia dónde vamos y que camino seguir? ¿cómo vamos a generar implicación?. "Sólo es posible avanzar cuando se mira lejos" (Ortega y Gasset)
Pero no cualquier planificación vale:
1. A menudo lo contrario de la claridad es el detalle. Hay una tendencia a asociar planificar con desarrollar hasta detalles nimios las acciones que han de desarrollarse y el calendario concreto en que han de desarrollarse. Tal volumen de detalle lo que logra es que nos perdamos en él y la planificación pierda su función orientadora. La planificación se acaba convirtiendo en un fin en si misma, en lugar de en una herramienta que nos oriente. En un plan tenemos que aplicar la máxima "cuanto menos mejor". Cuantas menos estrategias mejor, cuantas menos acciones mejor, cuantos menos indicadores mejor. En planificación también el exceso mata.
2. Más importante que el plan es el proceso de planificar. El plan es un documento estático que puede hacerlo una persona o una consultora externa. Sin embargo, hecho así el plan va a servir de bien poco. Por un lado porque hemos perdido la oportunidad de convertir el proceso de elaboración en un proceso de compartir e implicar. De otros porque, hecho así, es imposible que sea nuestro plan. Será el plan de la consultora o el plan de menganito. Y cuando no hemos vivido el proceso de elaboración del plan nos quedamos sin criterio para modificarlo y adaptarlo a los cambios que van a ir surgiendo. “Un plan no es nada, pero la planificación lo es todo” (Dwight D. Eisenhower)
3. Más importante que el plan es la sistemática para gestionarlo. Un plan ha de ser un mapa de referencias más que una guía detallada de pasos. Los aspectos concretos del plan han de ser revisados con frecuencia para adaptarlos a la realidad cambiante. Por eso, un plan sin una clara sistemática para seguirlo y adaptarlo se convertirá rápidamente en una antigüedad guardada en un cajón o en un corsé que limite a la propia organización.
4. Más importante que planificar es actuar. Tom Peters provocaba con su frase "Despida a los planificadores. Deja de pensar y actúa". La planificación puede llevarnos con facilidad a la parálisis por el análisis. Planifiquemos lo justo para encontrar sentido a las acciones y pongámonos manos a la obra.
5. La mejor planificación es la que no se cumple, porque eso será muestra de que realmente estamos atentos a lo que ocurre a nuestro alrededor y somos lo suficientemente flexibles para adaptarnos a ese entorno, cambiando lo que sea necesario cambiar de lo que inicialmente hemos planificado. Cuando una empresa me muestra su plan estratégico y veo que está elaborado hace un par de años o más y no se ha modificado, estoy seguro que ha dejado de ser una herramienta útil hace mucho tiempo. Y eso en el mejor de los casos, porque puede haberse convertido en un corsé para su propio desarrollo.
Resumiendo, planificar sí pero de una manera ágil, fresca, inspiradora, participativa, útil y al servicio de el futuro que deseamos alcanzar.
lunes, 16 de febrero de 2015
La gestión orientada a resultados en la administración pública
Los objetivos genéricos e inespecíficos ayudan a ordenar proyectos y acciones, estructurándolos en torno a esos grandes enunciados. Incluso dan una falsa impresión de orientación compartida para toda la organización, cuando en realidad vienen a ser la adición de lo que cada uno hace en su Departamento. Pero no sirven para una gestión orientada a los resultados.
Nadie dijo fácil. Las administraciones públicas actúan en infinitud de ámbitos y en muchos de ellos no es sencillo establecer objetivos que cumplan los criterios básicos de un buen objetivo (medible, específico, temporalizado, significativo, alineado,...). Además, la cultura política imperante hace ver con sumo temor el hacer explícitos objetivos que si no se alcanzan pueden ser argumento para la crítica desde la oposición. Pero si fuera fácil ya estaría hecho. Hoy que la innovación ocupa un lugar destacado en la agenda de muchas administraciones públicas, innovar en la gestión para centrarla más claramente en los resultados que la ciudadanía espera de ellas se me antoja un bonito reto para los próximos años.
viernes, 28 de junio de 2013
Pinocho, el mito de la planificación y el liderazgo del cambio
jueves, 1 de noviembre de 2012
El cambio de bueno a excelente: algunas claves.
viernes, 19 de octubre de 2012
Las fronteras entre lo público y lo privado
lunes, 1 de noviembre de 2010
Reflexiones sobre la administración pública desde Gijón

miércoles, 15 de abril de 2009
La bondad del objetivo no es suficiente para cambiar
Sin embargo, hay más factores que deben ponerse en juego para lograr cambios efectivos en comportamientos muy arraigados en las personas. Entre ellos, el apoyo de otros, ya sean el equipo de trabajo, la red social o un coach, me parece esencial. Conectando con el libro que he estoy comentando en estos días ("Influencia Positiva"), para lograr ese cambio tenemos que trabajar en el plano personal, en el social y en el de la propia estructura vital u organizativa en la que nos movemos. Los cambios profundos afectan a todos estos ámbitos y requieren ser trabajados desde todos ellos para que la persona pueda responder positivamente a las preguntas ¿se hacerlo? ¿me aporta algo?.
lunes, 13 de abril de 2009
Pasión por la ciudad
No conozco personalmente a Toni Puig pero de la lectura de sus libros me parece que es una persona apasionada. Funcionario del Ayuntamiento de Barcelona desde el inicio de los ayuntamientos democráticos e impulsor de la revista Ajoblanco, Toni desborda pasión por la lo público y pasión por Barcelona. Una pasión que traslada en su último libro a otras ciudades, Berlin, Bogotá, Curitiba, Mar del Plata,… Lo que conocía de su obra se centraba en el marketing público (un buen ejemplo se puede descargar de Internet y se titula “Marketing de servicios para administraciones públicas con los ciudadanos. En red, claves y entusiastas”).
“Marca Ciudad: cómo rediseñarla para asegurar un futuro espléndido para todos”, recientemente publicado por Paidós Contextos, tiene como idea central plantear la necesidad de que las ciudades se rediseñen, se reinventen periódicamente para mantenerse como ciudades vivas, innovadoras, atractivas para vivir y para crear. Estas ciudades se caracterizan, desde la perspectiva de Toni Puig por:
1.- Quieren jugar en primera división. “Son ciudades con agallas. Con orgullo. Creen en sus posibilidades. Ciudades preactivas. Ciudades capaces. Inconformistas. De esperanza. Ciudades activas. Referenciales”.
2.- Tienen un rediseño contundente para la ciudad. Hay proyecto.
3.- Implican: suman
4.- Liderazgo municipal responsable, que sólo puede ser relacional y “lo lidera la organización elegida por los ciudadanos: el equipo de gobierno municipal con el alcalde a la cabeza”.
5.- Tienen estrategia. “No un plan estratégico a diez años o más, detalladísimo. Hiperconcreto. A menudo sin recursos. Donde está anotado todo por igual, sin priorizar (…) Se debe tener una estrategia: trazo. A saber: punto de partida y de llegada con las principales –pocas– estaciones en el trayecto”.
6.- Asumen un sueño con futuro.
7.- Gestión.
8.- Visibilizan mejor. “Comunican a los ciudadanos lo que la ciudad se propone. Desde el inicio (…) Y escuchan. Su comunicación siempre es de doble vía.
9.- Fidelizan. “Se suscita segura y prolongada mutua confianza” entre la ciudadanía y el gobierno municipal.
10.- No paran.
11.- Buscan información para el rediseño.
Tras completar estos puntos desde diversas perspectivas, el libro abre un amplio apartado dedicado a Barcelona, realizando un recorrido sintético pero jugoso por la historia de la Barcelona democrática, más concretamente, de su ayuntamiento y de los diferentes proyectos de transformación que ha vivido: la Olimpiada, el Forum de las Culturas. Narrado desde una perspectiva personal podemos conocer también la valoración del autor de los diferentes alcaldes y las situaciones que ha vivido en el proceso.
En la segunda parte se comentan someramente otras ciudades que han afrontado su rediseño y vuelven a ampliarse y reiterarse alguno de los aspectos ya trazados en la primera. Es aquí dónde veo la parte más floja del libro, lo cual no le resta interés ni amenidad en su conjunto. De esta segunda parte, subrayaría el capítulo titulado “La comunicación incesante del rediseño para la mutua confianza: citymarketing implicativo”, dónde se plantea, entre otras cosas, la necesidad de comunicar contando una historia convincente, una historia corta, no más de diez líneas.
Termino citando la melodía de fondo que Toni Puig nos advierte que recorre las páginas de este libro: “cómo movilizamos a los ciudadanos para que asuman el rediseño de su ciudad común desde el rediseño de sus vidas en convivencia fértil, responsable, siempre creativos y con talento”.
domingo, 18 de enero de 2009
¿Es un objetivo todo lo que lo parece? No hay objetivo sin plan de acción para lograrlo
Si lo fundamental de un objetivo es la definición de una situación que pretendemos alcanzar, desde una perspectiva práctica no puede existir un objetivo sin un plan de acción orientado a lograrlo. Por ejemplo, desde una perspectiva morfológica la frase siguiente es sin duda un objetivo, bien redactado además: “aumentar en un 5% el grado de satisfacción global de nuestros clientes en el próximo año”. Pero ¿tenemos un plan de acción establecido para alcanzarlo?, ¿qué vamos a hacer?, ¿quién lo va a hacer?, ¿cuándo?, ¿cómo vamos a realizar el seguimiento de ese conjunto de acciones?.
No es raro encontrarnos con organizaciones que tienen decenas de objetivos “morfológicos” pero cuando uno pregunta (asombrado por la capacidad de trabajo que eso parece denotar) por los planes trazados para lograrlos, nos encontramos frecuentemente con un número mucho más reducido. Y es lógico que así sea. El problema no es que necesitemos más planes de acción, sino que tenemos que revisar nuestro uso del concepto de “objetivo” para utilizarlo exclusivamente cuando queremos hacer evidente en qué logros queremos concentrar nuestros esfuerzos, en equilibrio con nuestra capacidad para hacerlos frente Y entonces sí, todo objetivo debe tener un responsable, un indicador o indicadores que nos permitan valorar su grado de consecución y un plan de actuación.
¿Y el resto? El resto podemos reconvertirlos en indicadores de referencia que nos permitan valorar si nos movemos en los parámetros que estimamos adecuados; indicadores sobre los que podremos hacer un seguimiento, pero que no van a generar más actividad que la propia del quehacer cotidiano de la organización. Sólo en el caso de que uno de esos indicadores nos muestre una grave desviación con los parámetros previstos podremos plantearnos elaborar un objetivo orientado a devolverlo a los niveles adecuados y, en consecuencia con lo dicho, concretaremos el plan de acción a desarrollar para lograrlo.
Utilizando el ejemplo de la satisfacción de los clientes planteado anteriormente, si nos gustaría aumentarla en un 5% pero tenemos demasiadas prioridades, recursos limitados, y esta no está en las primeras posiciones, podemos mantener el indicador “Grado de satisfacción global de los clientes” y fijarle un umbral que entendamos como adecuado. Por ejemplo, superior a 7,5 (partiendo de que ya tenemos una valoración igual o algo superior a ese valor), Cuando hagamos el seguimiento de este indicador valoraremos si nos mantenemos por encima del umbral previsto. Si es así, seguiremos adelante sin más pero, si los datos se sitúan por debajo de ese umbral será el momento de valorar de nuevo la prioridad de este tema y, en su caso, elaborar un objetivo para corregir esa “desviación” que, ahora sí, llevará como consecuencia la elaboración de un plan específico de actuación.
En consecuencia, llamemos objetivos a menos cosas pero a las que otorguemos esa definición adjuntémosles un plan de acción que hagan posible avanzar en la dirección deseada.