sábado, 21 de mayo de 2011

"Es la política, estúpido": desde la Puerta del Sol a Obama pasando por Milán.

En la campaña electoral de 1992 para la presidencia de los Estados Unidos se popularizó la frase “es la economía, estúpido”. Con ella Bill Clinton logró variar el foco de atención de la campaña, centrada en la política exterior por su contrincante Bush (padre), influyendo decisivamente en su victoria ante el republicano. Aunque se ha utilizado la misma estructura gramatical para muchos otros conceptos, ha seguido muy presente la idea de que la situación económica influye de manera muy significativa en el resultado de unas elecciones.

No voy a cuestionar que la economía tenga influencia, pero dudo que sea tanta como se le atribuye. Antonio Kindelán publicó hace ya unos meses, en El País, un interesante artículo al respecto.

Traigo todo esto a colación en relación con el movimiento “Democracia Real Ya” que se ha ido extendiendo por gran número de ciudades. Esta muestra de “indignación”, esta reacción ciudadana, no se ha producido en torno a reivindicaciones económicas. Sí se denuncia la falta de trabajo, de vivienda, de salarios dignos, pero se hace como cuestionamiento de un “sistema” al que se critica.

El eje central de la plataforma de este movimiento se resumen en su propio enunciado: “democracia real”. Es un movimiento de indignación ante la falta de profundidad en la democracia existente, ante la forma de hacer política mayoritaria en nuestros partidos políticos. Es un movimiento que se alza como expresión política de quienes no la encuentran en los partidos políticos. Es un movimiento que despierta muchas simpatías en quienes, apoyando a un partido u otro, lo hacen con la convicción del mal menor. Es un movimiento que inyecta valores a nuestra sociedad; que la zarandea confrontándola con su creciente resignación.

¿Cómo acabará? ¿Qué llegará a conseguir? Son preguntas hechas desde la lógica del pragmatismo, desde una visión de causa y efecto inmediato. Pero nuestras sociedades son fenómenos bastante más complejos. Sólo podemos asumir la responsabilidad de lo que hacemos o dejamos de hacer, prever el futuro que esa acción o esa inacción pueden generar contiene la prepotencia de pensar que el mundo sólo depende de lo que nosotros hagamos. La motivación para iniciar una acción o dejar de hacerla no puede estar en la certeza de sus consecuencias futuras sino en la coherencia con nuestros valores y el respeto a los demás.

Pero, a la vez que nuestros actos o la falta de ellos no provocan linealmente unos resultados, cualquier gesto por pequeño que sea puede generar consecuencias insospechadas ¿Podría imaginar el joven que se inmoló en Argel las consecuencias que ese gesto simbólico, más de desesperación que de indignación, generaría?.

Nuestras sociedades occidentales llevan tiempo dando muestras de serias heridas democráticas que o somos capaces de convertir en germen de transformación o pueden llegar a hacer que se desangren. Antonio Gutierrez-Rubí lo resumía en una magnífica frase: El reto es otra política. El riesgo, la antipolítica o la despolitización. 

La prensa nos trae otra muestra de cómo la ciudadanía responde cuando surge una voz diferente. No sólo que dice cosas diferentes, sino que la ve actuar de forma diferente, la siente de manera diferente. Giuliano Pisapia, sorprendente ganador de la primera vuelta de las elecciones a la alcaldía de Milán, confiesa: “Me hice candidato por desesperación. La ciudad estaba muerta y pensé que hacía falta despertar el compromiso dormido de los ciudadanos”. Empezó con un 4% en la primarias del centro izquierdo y ha acabado venciendo en el bastión de Berlusconi. ¿Su secreto? “Sólo la buena política puede derrotar a un poder económico tan grande como el de Berlusconi”. De nuevo, “es la política, imbécil”. 

No puedo terminar sin mencionar otra noticia que está pasando relativamente desapercibida: la propuesta de Obama de un plan de paz para el conflicto palestino – israelí que parta de las fronteras de 1967. Cuando su elección el mundo celebró la posibilidad de un nuevo liderazgo. Su victoria mostró también la fuerza de una manera distinta de hacer política, venciendo a la candidata “oficial” del partido Demócrata. Pronto vino el desencanto, ese desencanto que puede llevar a algunos a pensar que el movimiento Democracia Real Ya acabará en nada o en más de lo mismo. Que no merece la pena entusiasmarse por que luego nunca es lo que uno cree. 

Sin embargo, esta propuesta de Obama, rechazada frontalmente por el gobierno israelí, nos recuerda que no todo es igual, que no hay cambio pequeño. Que, aunque pueda parecer que es más de lo mismo, hay “mismos” que llevan a lugares muy diferentes.

Es buen momento para que cada representante político se pregunte por los valores que le llevaron al compromiso, por las personas para quienes dedica su tiempo. Que reflexione sobre el lugar a que nos ha llevado, a donde le ha llevado, el extremismo pragmático, el callar sus opiniones y sus sensaciones más sinceras en "beneficio" del partido. Que se pregunte ¿para qué? ¿qué aporto a esta sociedad, a  este país, a esta ciudad, a estas personas con las que convivo?

lunes, 16 de mayo de 2011

Más allá del bien y del mal

La experiencia, la madurez, nos lleva a comprobar que la gama de colores es mucho más amplia de lo que pensábamos. Ni los malos son tan malos, ni los buenos tan buenos. Los protagonistas de las novelas de Patricia Higstmith (especialmente Tom Ripley) son un magnifico exponente de esta ambigüedad moral. Pero este cuestionamiento de las polaridades, de las realidades contrapuestas, se extiende a muchos otros conceptos.
 
Así, nos encontramos con el Elogio de la lentitud”, donde Carl Honoré nos hacía ver las virtudes de un ritmo más lento frente a la velocidad, la rapidez que nuestra sociedad parece exigir. Luego llegó el “Elogio del desorden”, de  Eric Abrhamson y David H. Freedman, poniendo sobre la mesa los efectos perversos del orden. Me suele gustar empezar los talleres de formación sobre las “5S” (un enfoque de mejora del entorno de trabajo en el que el orden es clave) mencionando este libro. No quisiera contribuir al surgimiento de ningún tipo de “fundamentalismo”, ni aunque sea el del orden.

Hay muchos ejemplos más, probablemente tantos como polaridades se nos puedan ocurrir. "El poder de lo simple", de Jack Trout, rescata la potencia explicativa y la capacidad de orientar la acción que tienen los planteamientos simples, frente a las complejidades innecesarias. Eso sí, no confundir simple con sencillo. También podemos encontrar un "Elogio del pesimismo", de Lucien Jerphagnon, que viene a contrastar la sobredosis de psicología positiva que nos invade.

Aunque no conozco un libro al respecto, podríamos hablar también de un "Elogio del fracaso", subrayando como es muy dificil imaginar la innovación, la mejora, el cambio, sin fracasos de los que aprender. O de un "Elogio de la incertidumbre" que subrayaría el abanico de oportunidades que nos abre el vivir alejados de las certezas.

Todo esto viene a cuento del artículo que publicaba, hace ya unos días, Patxo Unzueta en El País. Se titulaba "Elogio de la inconsecuencia". Citaba en él un breve ensayo de Hans Magnus Enzensberger titulado "El fin de las consecuencias", cuya tesis central es que "gracias a que algunas personas no fueron consecuentes hasta el final con sus ideas el mundo se había librado de unas cuantas catástrofes". Me llamó la atención esta relativización de un elemento que yo asocio con la integridad personal, con la coherencia con los valores que a uno le inspiran. Me hizo reflexionar sobre el equilibrio, no siempre fácil, entre ser coherente y ser intransigente. Entre mantener la coherencia con unos valores y ser capaz de aplicarlos con la flexibilidad suficiente.

Hace ya unos años, leí las declaraciones de un político (que no menciono para evitar una lectura en clave de campaña electoral) en las que afirmaba con rotundidad que él siempre había pensado lo mismo y que lo seguiría pensando siempre. Tanta coherencia me asustó ¿acaso el mundo no había cambiado, no seguía cambiando? Comprendo que puede haber unos valores básicos que permanezcan constantes en el tiempo, pero esos valores al ser leidos en circunstancias y contextos diferentes, necesariamente han de adquirir formas y matices diferentes. Es en esos momentos cuando la "inconsecuencia" puede llegar a ser elogiable.

sábado, 7 de mayo de 2011

Las paradojas del cambio

Paul Watzlawick, en el libro titulado “Cambio: formulación y solución de los problemas humanos” (1974), elaborado junto a John H. Weakland y Richard Fisch, nos plantea dos tipos de cambio. El primero de ellos es el cambio que se produce dentro de un determinado sistema, un cambio que no cuestiona los paradigmas, los modelos mentales desde dónde vemos la realidad que queremos cambiar. Otros autores se refieren a este tipo de cambio como “aprendizaje de primer orden”.

El segundo tipo de cambio es el que supone cambiar el propio sistema, la forma en que enfocamos la situación que nos preocupa. Este segundo cambio implica cambiar “el observador” que somos, adoptar una mirada diferente, desde otras premisas.

Con estos cimientos construye su reflexión, en la que subraya que “lo que promueve el cambio es la desviación con respecto a alguna norma”. En consonancia con otras aproximaciones al fenómeno del cambio, será la consideración de que el estado actual de las cosas no es el deseable, el que genere el impulso que el cambio necesita.

Aquí se abre una línea interesante de reflexión al preguntarnos: “no deseable” ¿para quién? ¿qué hace a esta situación no deseable para alguien? Sin embargo, al introducir estas preguntas estamos situándonos en clave del cambio de segundo tipo ya que nos hace preguntarnos por el marco de referencia en el que nos situamos al definir un problema.

En esta línea, siguiendo la reflexión de Watzlawick, los problemas surgen ante situaciones no deseadas que se encuentran frente “a callejones sin salida, situaciones al parecer insolubles, crisis, etc., creados y mantenidos al enfocar mal las dificultades”. Ese enfoque inadecuado puede surgir de tres grandes tipos planteamientos:

- Se intenta una solución negando que el problema lo sea en realidad, lo que lleva precisamente a no hacer nada para solventarlo. Por ejemplo, aunque las encuestas nos muestran un importante grado de insatisfacción en nuestros trabajadores eso se debe a que sobre todo han respondido los enfadados o cualquier otra argumentación que lleva a considerar que ese problema no existe.

- Se intenta un cambio para eliminar una dificultad que desde el punto de vista práctico es inmodificable o bien inexistente, lo que provoca hacer cosas que no se deberían haber hecho. Un ejemplo podemos tenerlo en las políticas prohibicionistas frente al alcohol o a otras drogas.

- Se comete un error de enfoque al pretender generar un cambio dentro de los paradigmas que han generado la dificultad (cambio de tipo 1), cuando lo que se necesita es un cambio de perspectiva (cambio de tipo 2). Un ejemplo de esta situación podemos tenerlo en la anécdota que cuenta cómo la NASA gastó un ingente presupuesto en encontrar un bolígrafo capaz de escribir en un entorno de gravedad 0, mientras que sus competidores soviéticos optaron por un lapicero.

Así pues, son las acciones que se llevan a cabo para promover el cambio que se desea a fin de para modificar una determinada situación, las que se convierten en generadoras de un problema que puede ser incluso mayor que el existente.

Otro aspecto interesante que nos plantea Watzlawick es “el mito de que para resolver un problema se ha de comprender su porqué”. Partiendo de su experiencia clínica, y no tan solo clínica, nos plantea cómo podemos encontrar cambios profundos y duraderos que surgen sin llegar a entender las razones que generaron el problema o la situación indeseada. En este sentido, nos orienta a preguntarnos no por el ¿por qué?, sino por ¿qué es lo que aquí y ahora sirve para perpetuar el problema y qué se puede hacer aquí y ahora para efectuar el cambio?. Peter Senge y los enfoques sistémicos hablan de “la palanca de cambio” del sistema.

Finalmente nos plantea cuatro etapas para abordar un problema:

Definirlo con claridad en términos concretos. Lo que supone preguntarnos en qué consiste realmente el problema, para quién es un problema, cómo de importante nos resulta, qué estamos dispuestos a hacer para afrontarlo,…

Investigar las soluciones ya intentadas, de tal manera que podamos identificar qué es lo que sabemos que no funciona, qué es lo que contribuye a mantener la situación tal y como está.

Definir con claridad el cambio concreto que se quiere producir. Frecuentemente el cambio deseado se formula de manera demasiado vaga y genérica, lo que lo hace mucho más difícil de alcanzar.

Formular y poner en marcha un plan para producir ese cambio, de tal manera que sea clara la pauta de acción a realizar.

Termino con algunas citas sugerentes que aparecen en el libro:

Mientras perseguimos lo inalcanzable, hacemos imposible lo realizable” Ardrey.

Todo cambio es contradictorio; por tanto, la contradicción es la auténtica esencia de la realidad” Heráclito.

No son las cosas mismas las que nos inquietan, sino las opiniones que tenemos acerca de ellas” Epicteto.

La verdad no es aquello que descubrimos, sino lo que creamos” Saint Exupéry.