domingo, 18 de abril de 2010

Herramientas para una escucha efectiva

Siguiendo con las ideas que sobre la escucha nos plantea Rafael Echeverría en su libro “Actos del lenguaje volumen 1: La escucha”, voy a centrarme en el apartado que dedica a presentar algunas herramientas básicas para mejorar nuestra competencia como escuchadores.


La primera de esas herramientas es la verificación de la escucha. Puesto que la escucha implica siempre una distancia entre lo que nosotros decimos y el otro escucha (percibe e interpreta), no podemos dar por supuesto que lo que hemos escuchado es lo que la otra persona nos quiere transmitir. Comprobar, preguntar si nuestra interpretación es correcta, chequear o verificar nuestra escucha se convierte así en un instrumento para mejorar nuestra capacidad de escucha efectiva.

La segunda de las herramientas que nos presenta Echeverria la denomina “compartir inquietudes”. Siempre que hablamos, nos dice, lo hacemos para hacernos cargo de algo que nos inquieta. Compartir con el otro cuáles son nuestras inquietudes en la conversación que estamos manteniendo y conocer cuáles son las suyas puede ayudarnos a entender mejor lo que el otro quiere decirnos y, en consecuencia, puede ayudarnos a mejorar nuestra escucha. Yo diría que la “simple” muestra de interés por lo que preocupa a nuestro contertulio supone, en sí misma, una fuente potenciadora de la conexión entre las personas que conversan y con ello, de la calidad de la escucha que se genera.

La tercera de las herramientas es la indagación. Preguntar es para Rafael Echeverria un elemento indispensable de la escucha, una escucha que, evidentemente, requiere de un carácter activo, muy alejado del estereotipo de buen escuchador atribuido a alguien que caya y asiente cuando el otro habla.

Para terminar este resumen de las ideas fundamentales que sobre la escucha nos plantea Rafael Echeverria, recojo otra serie de ideas que vierte en esta parte del libro:

• El secreto de la persuasión no está, primariamente, en el hablar, sino en la escucha.

• Escuchar es abrirse al otro. Esa apertura requiere, por un lado, de humildad (sabernos limitados y precarios) y, por otro, en el respeto al otro, respeto que acepta la posibilidad de que é o ella puedan mostrarnos algo nuevo.

• La escucha descansa en la presunción del valor del otro.

• ¿Qué significa comprender a otro diferente? Significa ser capaz de hacer sentido de lo que dice sin descalificarlo por sostener algo diferente de lo que nosotros pensamos. Aceptar, por tanto, la diferencia como legítima. Aceptar que el otro puede pensar de manera muy distinta a nosotros y que ello no significa que esté necesariamente equivocado o que lo que piense sea falso o inadecuado.

• Escuchar al otro, en último término, es permitir que el poder transformador de “su” palabra pueda transformarme.

• Quien es refractario a ser cambiado por los demás, a ser sorprendido por lo que ellos pueden enseñarnos, vive la vida de una forma equivalente a cómo se vive la muerte.

• Saber escuchar es saber aprender, de la misma manera que saber aprender implica saber escuchar. Aprender no es otra cosa que abrirse a ser transformado, a cambiar, a ser diferente, con la expectativa de ser mejor, de tener más capacidad de acción.

• Respeto, indagación, confianza y, en general, positividad emocional. Esos son los ingredientes claves de un habla que es capaz de generar escucha en los demás.

miércoles, 14 de abril de 2010

Escuchar: percibir más interpretar

En una de las últimas reuniones del Consorcio de Inteligencia Emocional se planteó a los asistentes que indicáramos cuales considerábamos las tres principales competencias socio-emocionales. La “votación” dio como resultado una vencedora clara: la escucha activa. Me da pié para continuar comentando el libro de Rafael Echeverría “Actos del lenguaje volumen 1: La escucha”. En el post anterior hoce un resumen de la primera parte de este libro, dedicada a los antecedentes de la propuesta “Ontología del lenguaje”. En esta ocasión voy a centrarme en la segunda parte, dedicada de manera específica a la escucha.

Echeverria nos plantea que no hay mejor indicador para valorar la calidad de una relación que la manera en que se evalúa la escucha que en ella se produce. Nos dice, así mismo, que “la interpretación es el corazón de la escucha”. Sin ella no hay escucha sólo oímos. Escuchar implica procesar lo que el otro nos transmite con su lenguaje, con su corporalidad, con su emocionalidad. Y ese procesamiento siempre está tamizado por nuestra particular forma de ver el mundo, por nuestro interpretar particular. En consecuencia, la escucha es percibir más interpretar.

Otras ideas que Rafael desarrolla las voy a resumir a modo de aforismos:

Los prejuicios nos proporcionan a la vez las condiciones que hacen posible el conocimiento y que habilitan la escucha. Todo esfuerzo por conferir sentido nace de nuestros prejuicios. Son ellos los que nos permiten interpretar lo que se nos dice. (…) Sin embargo, así como no nos es posible desprendernos de ellos (los prejuicios), es importante aprender a soltarlos y conferirle de este modo fluidez y capacidad de auto transformación a nuestra capacidad de escucha.

Pero también escuchamos desde el “futuro”. Escuchamos desde nuestras expectativas, desde lo que consideramos “debe” pasar, hasta lo que creemos que eventualmente “podría” pasar.

Toda escucha está condenada, en el mejor de los casos, a ser siempre una aproximación al otro. (…) El sentido que tanto el orador como el oyente le confieren a lo hablado remite, inevitablemente, a ellos mismos, a dos personas diferentes.

Una herramienta esencial de la escucha consiste en aprender a respetar las diferencias que inevitablemente surgirán en toda relación. Una buena relación es aquella que logra manejar las diferencias desde el respeto.

La escucha no es algo que “hagamos”, la escucha nos sucede sin que podamos dirigirla en un sentido u otro. La gente dice lo que dice y nosotros escuchamos lo que escuchamos con total inocencia. Nuestra escucha es espontánea, no está guiada por nuestras “intenciones”. Simplemente nos pasa que escuchamos lo que escuchamos.

Creemos ser expertos en ver los problemas de los demás, pero nos cuesta reconocer cómo participamos en producirlos.

El habla sólo logra ser efectiva cuando produce en el otro la escucha que el orador espera. Hablamos para ser escuchados.

Quién habla sólo en función de lo que le interesa a sí mismo difícilmente logrará ser escuchado. Para que aquello que personalmente nos interesa sea escuchado por el otro es indispensable que yo sea capaz de mostrarle al otro que lo que estoy diciendo es también de su propio interés y responde a sus propias inquietudes.